Dice mi analista que mi
goce es como un perrito voraz. Gracias a los años de análisis, ahora está confinado a un baño en el que no muerde a las visitas ni come documentos.
La introducción es importante para anunciar:
cada fin de semana, desde hace algún tiempo, me comporto de modo que luego me siento mal... como la gente que se embriaga.
El problema es que el perjuicio de beber en exceso es claro y conocido; en cambio, lo que yo hago no es malo ni está mal: nada más resulta mal
para mí; entonces, cada vez que estoy a punto de caer, creo que estará bien, que no me sentiré mal -o no tan mal-, que no pasará lo que siempre pasa... y luego pasa lo que siempre pasa.
El problema en realidad es que cuando estoy a punto de caer, no encuentro razones para no hacer lo que quiero, ya que -repito- no es algo malo ni está mal. La única razón es la
experiencia reiterada de que termina mal
para mí.
Supongamos, por ejemplo, que dormir con calcetines me provocara fiebre; pero tengo frío, siempre he dormido con calcetines, no hay razón para que eso me provoque fiebre y otra gente duerme con calcetines sin problema, así que duermo con calcetines y me descompongo. Supongamos que analizo por qué
a mí, los calcetines me provocan fiebre: tal vez algo en relación con mis defensas, con el microclima de la habitación o con la tela de los calcetines. Me digo que no lo haré esta vez: sé que el frío durará nada más unos minutos, pero caigo, olvido lo mal que se sintió estar con fiebre y me pongo los calcetines.
Mi mamá lo arreglaría con
voluntad. Es de esas personas que hacen lo que tienen que hacer o no se quejan. Pero yo sé que hay cosas que la sobrepasan a una, al menos a mí.
Silvia Parque