Cuando los niños pequeños aprenden a decir "no", aprenden mucho más que una palabra. Antes de eso, sus reacciones de rechazo o de molestia son simplemente
reacciones de un animalito inteligente. Que se detuvieran cuando oían "no", respondía al mismo condicionamiento al que responde un perrito.
La consecución del aprendizaje de tan importante concepto, sucede al tiempo del aprendizaje de la palabra y los gestos para decir con claridad "no". Como fascinada por esta adquisición, la personita empieza a decir que "no" a muchas cosas; sobre todo al hecho de que alguien tome algo que es suyo -o que considera suyo-. Está ensayando. Está probando. Es genial: dice "no", y algo sucede. De lo que suceda, dependen algunas conclusiones básicas que empleará para moverse en el mundo.
Decimos que "por favor" y "gracias" son palabras mágicas, pero "no" es mucho más poderosa. Digamos que es magia avanzada y muchas de nosotras, temerosas de sus efectos, la guardamos -más a fuerza que con ganas-, en un lugar remoto del que no podemos acordarnos... tal vez en una caja de plata y hierro cubierta de cera.
Pero resulta que el "no" es la herramienta que labra los límites de nuestra identidad, y apuntala el ejercicio de la voluntad. Así que nos hace falta. Un día despertamos y más que ninguna otra cosa, necesitamos volver a aprender a decir "no". Ir a buscar el "no" originario, resulta oneroso. Ya se sabe que es común que cuando algo se pierde, apenas conseguimos un repuesto, aparece lo perdido.
Silvia Parque