jueves, 28 de abril de 2016

Miedo

Vine a vivir a un lugar seguro, porque en el rancho donde vivía mataban gente como quien dice "tiraban la basura fuera del bote". Ahora también aquí es peligroso. La diferencia es que allá, en realidad, nunca tuve miedo. Rechacé lo que estaba pasando, me molesté, me indigné, me di cuenta del peligro; resolví que era mejor no estar ahi; que no quería estar ahí. Las cosas acá están lejos del nivel al que llegaron allá, pero será que tengo otra edad, será que ya sé lo que es perder a seres queridos por actos de violencia, será que tengo una hija... ahora he sentido miedo.

Silvia Parque

¿Quiénes son los abusadores?

Cuando sale al tema alguna cosa horrible que ha pasado con un niño, las personas con las que hablo tienen las mismas reacciones que yo; básicamente, de rechazo. Pueden entender el asunto de manera diferente; puede darles más por el enojo que por la tristeza o más por la tristeza que por el enojo y a mí al revés; pero si la plática es más o menos en serio, nunca he hablado con alguien a quien le sea indiferente o le haga gracia que alguien ha hecho daño a un niño. Pero demasiados niños son lastimados seriamente, todo el tiempo. La conclusión -sobre quiénes son los abusadores- es cuestión de estadística.

El otro día, el señor al que le compro pollos asados me ilustró con un discurso sobre la educación, a partir del tema de los embarazos adolescentes. Su postura puede sintetizarse en la frase "yo sí me los chingo", que soltó con todo su orgullo de hombre bien nacido: a golpes regresa a sus hijos al buen camino. La imagen me hizo recordar a una jovencita que la noche de navidad corría por el parque, gritando, huyendo de un tío. El papá de mi hija salió a ver qué pasaba, por si había que llamar a la policía -por aquí no es sencillo decidir qué hacer-. Tal vez, también querían hacerla volver al buen camino.

No necesariamente una disciplina punitiva y un ambiente agresivo son el inicio de una cadena de horrores y, si arrastran horrores consigo, no son necesariamente depravados; sin embargo, son buen caldo de cultivo de lo que no queremos.

Silvia Parque

miércoles, 27 de abril de 2016

La capacidad de un plátano

Tengo una ensaladera de plástico transparente que hace de frutero. Casi todas las frutas viven ahí hasta que nos las comemos; algunas, como la papaya o la piña, habitan el refrigerador; si hay fortuna y somos ricos en frutas, llegan a la mesa de madera junto a la mesa en la que comemos.

Así que: si hay que buscar frutas, estarán en el frutero o adentro del refri o sobre la mesa junto a la mesa de comer. Nótese que escribí "adentro" del refri; no "en" el refri, para que no haya malentendidos.

Pues hoy, encontré la razón por la que aparecían cadáveres de moscas diminutas en el congelador: un plátano de la prehistoria encima del refrigerador, generando penicilina. No olía a descompuesto: olía a medicina de la dimensión desconocida. Era el emporio de las mosquitas diminutas. Ahora que lo destruí, andan por ahí buscando casa por todos lados.

Silvia Parque

A salvo

Ahora, cuando B se cae, de algún modo sostiene la cabeza para que no dé en el suelo. Si está muy interesada en lo que está haciendo, sigue en su asunto; si la experiencia fue extraña o si dolió, llora. Yo la cargo, la consuelo, la mimo y sufro con ella. Su papá, no; la carga, la consuela y la mima, pero no sufre: trata de distraerla para que se ría. Supongo que lo que hacemos sale de lo que somos.

Por supuesto, nos gustaría que no se cayera... que no se pegara, que nada le irritara la piel, que nunca llegara una gota de jugo de naranja a uno de sus ojitos... Pero vive en el mundo y la vida es como es; en el fondo, sabemos que es bueno que experimente incomodidad: que sepa que todo vuelve a estar bien. Porque todo vuelve a estar bien. No pasa nada realmente malo.

Lo que queremos, en realidad, es que no pase nada realmente malo. Ojalá nunca se quiebre un brazo, pero si ocurre porque se cayó de un árbol que estaba trepando, ya la besaremos y tendrá qué contarle a sus amigos. Lo que no quiero -lo que no queremos- es que conozca, ni por asomo, lo realmente malo. Y se me estruja el estómago de pensar que no tendremos todo bajo control; de saber las cosas injustas, dolorosas y dañinas, que pasan tantos niños. La pongo en manos de Dios y sé que ella no; pero tantos niños...

Silvia Parque

martes, 26 de abril de 2016

Mi primate favorita

B ama las frutas. Se emociona, las lleva a su boca como el primate que es, con verdadero gusto del alma.

Hoy sacamos de una bolsa, cinco naranjas, tres plátanos, dos mangos, una manzana y dos tomates. Fue un buen rato de tocar, manipular, acomodar, y usar palabras para nombrar colores, tamaños, cantidades.

Cada fruta tiene lo suyo: la naranja puede rodar, los plátanos vienen en penca y al arrancarlos queda el tallo, del mango no queda claro si la cáscara está sabrosa o no -mordió un mango, un plátano y un tomate-.

Corté una naranja y se la comió. Es muy buena aprovechando el jugo. Come con la sabiduría de la especie.

Silvia Parque

La sonrisa después de dormir

Aprendí a observar desde lejos y notar el sube y baja del pecho de B, para saber que respira. Porque sigo asomándome a ver que respira cuando duerme una siesta; pero trato de no acercarme. Que las benditas siestas duren es como un premio de lotería.

Al despertar suele sonreír ampliamente; a veces no luego-luego: se queja o lloriquea, y la alzo, le explico que durmió una siesta, va poniéndose de buen humor en lo que reconoce el mundo, y entonces, sonríe. Esas sonrisotas de después de dormir son épicas.

Silvia Parque

lunes, 25 de abril de 2016

Una tarjeta con el número 16

Hoy, B descubrió una tarjeta de cartón protegida con plástico, con el número 16; un "16" negro sobre rosa fosforescente. Una tarjetita de las que dan en la paquetería del supermercado para identificar lo que se ha dejado ahí, y recogerlo después; pero nada de fábrica: una manualidad -derechita y bien cortada-. La sacó de la bolsa de su papá y anduvo de aquí para allá con un gusto que duró un ratote, poniendo la tarjetita en una cornisa, en una ventana, en una cortina, en el piso, dejándola y volviéndola a tomar; llevándosela a la boca -por supuesto- y examinándola con detenimiento. ¡Qué cosa más maravillosa!

Silvia Parque

Don Jorge

Yo tuve una camioneta en la universidad, pero no desde el principio; antes de eso, me movía en camión; cuando la última clase terminaba tarde y se hacía de noche, necesitaba que fueran por mí, y no recuerdo por qué, llegaban muy-muy tarde: pero muy-muy tarde. Es parte de mi sino: cuando iba a la primaria, muchas veces veía entrar a clase a los niños del siguiente turno, mientras yo seguía esperando. Pero en la universidad, llegaron a ir por mí realmente tardísimo. Yo creo que el horario sí permitía que me regresara en camión, pero seguramente me entretenía y se me iba el último que pasaba... o me gastaba el dinero... El caso es que a lo largo de una temporada, compartí varias horas con el velador de la escuela.

Qué bueno era platicar con él. Me contaba de sus hijos, de sus cosas (fue extra en una película que hicieron sobre Tomóchic). Su forma de hablar era envolvente por pausada, un poco pastosa; siempre amable, siempre con respeto. Me ofrecía de su cena. Me hizo un llavero y un escritorio miniatura.

No creo haberle agradecido tanta atención, el haberme cuidado...

Pensé ir a verlo antes de venirme a Querétaro. Pensé buscarlo una de las primeras veces que volví al rancho. Ahora no creo poder encontrarlo.

Silvia Parque

jueves, 21 de abril de 2016

Efecto desendulzante de la maternidad

He oído comentarios de gente a la que se le endulzó el carácter cuando tuvo a su primer bebé. A mí me pasó al contrario.

Yo, sinceramente, no le encontraba lo molesto a un montón de actos y actitudes con los cuales, otros se fastidiaban. Por ejemplo, están los vendedores que tocan y tocan a la puerta. Aunque interrumpieran algo o no tuviera ganas de abrir, no me molestaba: me parecía muy bien que la gente persistiera en su esfuerzo por ganarse la vida... y me sigue pareciendo bien... solo que, por ejemplo, si el vendedor-no-me-rindo llega cuando estoy amamantando y mi niña se está quedando dormida, sí me molesta. Lo mismo con los ruidos de publicidad temprano en la mañana, o la música estridente hasta tarde en días laborales... Hasta recuerdo comentar en más de un blog, que a mí de verdad no me molestaban las continuas llamadas de las compañías telefónicas. Pues ahora sí. Creo que no como a los demás, pero sí me provocan una mirada de desagrado hacia el infinito.

De todas maneras, casi nada me parece la gran cosa, y creo que en la medida en que esté más relajada, irá volviendo mi complacencia original, que me hace pasarla bien. Solo me llama la atención el cambio, porque implica el ámbito de mis relaciones personales.

Ya no soy muy tolerante con las personas. Piensen lo que piensen quienes hayan conocido mi lado no amable, la verdad es que lo fui. Ya no. Espero no pasar al otro extremo; pero, digamos que yo era buenísima para comprender al que se sitúa en oposición a mí, buenísima para justificar lo que me podría perjudicar, y para tratar de que el otro obtuviera ventaja. No es que deje de comprender, pero ya muchas veces me parece irrelevante. Lo más importante: me sitúo o al menos trato de situarme donde necesito para que me convenga, porque mi conveniencia es la conveniencia de mi hija.

Silvia Parque

miércoles, 20 de abril de 2016

Mi silla

Quiero un silla de escritorio de las que parecen sillones: ergonómica, con rueditas.

Tengo una pequeña silla de madera que ha sido llamada "incómoda". La verdad es que yo tengo que fijarme en que es incómoda para notarlo. A mí me pareció encantadora, como de cabañita en el bosque. Durante años he tenido varias cosas que pueden ser un encanto, pero que son más adecuadas para la instalación de un sueño, que para vivir con ellas. 

Silvia Parque

martes, 19 de abril de 2016

No son restos, es vestigio

La casa está llena de globos que han ido perdiendo relleno, pero conservan el encanto.

Hay una manta de "feliz cumpleaños" en la pared; un par de cajitas de dulces, y una hermosa "B" con flores sobre la mesa todavía cubierta por un mantel improvisado.

B se quedó dormida en mis brazos, y como se quejó al intentar dejarla en su "espacio seguro", la seguí cargando mientras yo leía una historia de Vázquez Montalbán y tomaba café. Ahora tomo el café más ligero, por el efecto que tuvo en mi gusto el tiempo sin café y el tiempo de café descafeinado: los cambios dejan huella.

Qué delicioso de manera casi dolorosa, atrapar un momento con ella dormida, abrazada, pegada a mí. Por eso dejo que las cosas del cumpleaños duren días... que la manta se quede el resto del mes.


Silvia Parque

lunes, 18 de abril de 2016

El cumpleaños número 1

Aunque ensayamos, no sopló a la velita de ninguno de sus pasteles. Estuvo contenta y se vio preciosa. Nos hizo felices, como cada día.

Ahora duerme, con casi todos sus amigos rodeándola.

Ya parece una niñita, a veces. Pide mucha menos teta...

Un año de amor, cariño, gusto, orgullo, ternura. Un año como un suspiro.

Silvia Parque

viernes, 15 de abril de 2016

Los frijoles

A mí me gusta lo que hago de comer -me gusta mucho, para ser sincera-. Sin embargo, no soy buena para todo; la sopa de pasta, por ejemplo (la más común, la "sopa aguada"), no me queda bien. Pero nada me queda tan mal como los frijoles. Nunca de los nuncas he conseguido preparar un buen plato de frijoles. Hace poco me di otra oportunidad, solo para reafirmar que no son lo mío.

Dice el papá de mi hija que se conoce a un buen cocinero por lo bueno de sus frijoles.

Silvia Parque

jueves, 14 de abril de 2016

¡Estela, grita muy fuerte!

AQUÍ está la historia de Estela, que aprendió a no dejar que le hagan daño. Es un cuento hermoso que sirve como herramienta para prevenir el abuso sexual infantil.

Creo que en pocas cosas como en el repudio a este crimen, coincidimos tantas personas que diferimos en otros temas. Sin embargo, el "no" de los niños es muy ninguneado cuando se trata de besos, abrazos y etcéteras. Es crucial respetarlo.

Silvia Parque

miércoles, 13 de abril de 2016

Antojo y estómago

Hoy, mi amiga repostera ofreció chamoyadas (raspados con chamoy) en la pastelería. Yo aproveché para que me hiciera un "chango", que es como conocemos a los raspados de chile y limón, allá en el rancho grande de donde vengo -o así era en mis tiempos-.

Yo creo no me daba ese gusto desde que tenía unos dieciséis años...

Por ese entonces, mi novio adolescente tuvo el detallazo de llegar a la escuela con hielo, limón y chile, y prepararme un changuito, para satisfacer mi antojo (de otro modo habría tenido que esperar meses porque no estábamos en verano). No sé si ya había escrito eso; fue lindo.

Ya no tengo estómago para terminarme uno. De hecho, aunque lo disfruté mucho, creo que tuve suficiente para los próximos diecinueve años. Las cosas cambian.

Silvia Parque

martes, 12 de abril de 2016

Adiós, Edén

Mi bebé creció y ahora muchas veces se ve como una pequeña niña. Eso nos trae momentos deliciosos, pero también complica nuestra relación. Ahora, no solamente debo impedir que se alimente de shampoo y jabón; también debo hacer que haga lo que le pido.

Al principio, todo era cuestión de quitar cosas de su camino o de sus manos y sustituirlas por otras. En este momento, va siendo necesario que siga indicaciones. Me quedó claro, luego de una semana en casa de la bisabuela: le pegaba a un mueble con una puerta, intentaba sacar fotografías de un cajón del que no debían salir, quebró una tetera y un adorno -recién comprado, por cierto-. No es que anduviera "suelta" por ahí: obviamente, yo la detenía cada vez que estaba haciendo algo que no debía hacer... excepto cuando quebró la tetera... ahí sí me distraje, la verdad (lo del adorno fue un poco culpa de la bisabuela, porque ella la estaba cuidando).

Nuestra mayor complicación está en el cambio de ropa y de pañal: sobre todo, el de pañal. No he conseguido que se quede quieta, y mucho menos que coopere. Su papá lo maneja mucho mejor; primero: porque tiene maña para sujetarla (a mí se me escabulle y me da miedo lastimarla); luego: porque se comunica con ella como para hacer un documental sobre su relación (tenemos una canción tranquilizadora para el cambio de pañal: a mí dejó de funcionarme, con él sigue haciendo efecto); y sobre todo: no pierde la calma, asume que tiene el control y la niña lo percibe.

Como decía, mi pequeña bebé y yo vivíamos en el jardín del Edén; ahora entramos en el mundo.

Silvia Parque

lunes, 11 de abril de 2016

En la lona

Tengo la impresión de que mi hija es más inquieta que otras bebés. Supongo que lo piensan muchos papás que se cansan rápido, y sé que no soy objetiva cuando la comparo con otros críos; pero su pediatra ha dicho, por ejemplo: "con lo inquieta que es", y cuando estuvo en el hospital, las enfermeras parecían sorprendidas de tanto brío.

Desde que regresamos del rancho grande, trae movidos los horarios, y se duerme tarde. Algo habrá que hacer porque me deja noqueada de cansancio.

Silvia Parque

viernes, 8 de abril de 2016

Lo que me funciona

Como decía POR ACÁ, salí de viaje.

A mí el cambio de alrededores me sirve mucho para pensar. Además, volver al rancho grande del que salí, me sirve especialmente para pensar en mí.

Ahora, sin embargo, con B, lo de pensar se complica. Atenderle no me deja mucho espacio mental para otra cosa y mientras duerme estoy muy cansada. Ya daba casi por perdido el viaje, en ese sentido, cuando tuve una breve conversación con una amiga. Fue apenas un rato, en medio de algo de alboroto y compartiendo la mesa con su pequeña adolescente, así que no nos metimos en profundidades íntimas; pero alcanzó a hacerme una pregunta y a decirme algo que estuvo haciendo eco hasta producir una vuelta de tuerca:

"¿Qué te pasó?", me dijo. "Me achicopalé", respondí. Esto, lo otro, lo de más allá y sugirió: "Haz lo que te funciona".

Algo en mí tomó esas palabras como una orden de mi alma.

Un par de días después, pasando la noche en una habitación de hotel, tuve una conversación con Dios, como hacía tiempo no la teníamos. De todo el proceso, resultó una decisión:

Pueden ir todos muy lejos. 

No estoy enviando a nadie a ningún lado. Pero pueden ir: cualesquiera.

¡Y zaz! Se siente muy bien. Una descarga.

No encontré mi identificación en uno de los tantos "retenes" del aeropuerto, por lo que tuve que salir de la fila y encaminarme al último lugar donde la había mostrado, esperando que la tuvieran ahí. Afortunadamente, volví a buscar antes de caminar mucho y gracias a Dios, la encontré. Seguí mi camino, dándome cuenta de que no sentía culpa, vergüenza, ni nada por tener dificultades para hacer trámites sencillos y estresarme. Me pareció bien. Me parecí bien.

Así he seguido hasta el momento. No sé si dure mucho, ¡pero tampoco importa! Cuando haga falta, algo volverá a recordarme que tengo permiso de ser yo, exactamente como soy.

Silvia Parque

jueves, 7 de abril de 2016

De viaje

Salí de viaje con B, y pude corroborar que para viajar cómodamente con un bebé, hay que dejarle en casa. Mi niña se porta, gracias a Dios, como corresponde a sus once meses casi doce; entre eso y mis problemas con la ubicación espacial y las habilidades manuales, los trayectos de ciudad a ciudad, especialmente el de regreso, fueron casi odiseas. No sé si tengo una carriola especialmente difícil de plegar, pero yo no consigo adiestrarme en su manejo. Se desconchinfló un poquito con el trato que recibió en las travesías anteriores -por parte de empleados y bienintencionados-, así que esta vez ensayé doblarla y desdoblarla; pero la práctica no me hizo muy trucha. Tampoco se me da lo de ubicar y presentar rápido pases de abordar, identificaciones, tickets, etc. Siempre estoy temiendo que no estén... Cada vez, presenté el montón de papeles y la persona encargada buscó-encontró el que se necesitaba en ese momento.

Creo que es la tercera vez que hacemos la misma ruta; sin embargo, en esta ocasión debíamos bajar de un avión y abordar otro en 27 minutos: un récord. Al menos ocho empleados hicieron equipo para que lo lográramos, pero al llevarnos por un atajo, perdimos segundos imprescindibles frente a un elevador que nunca bajó a donde lo esperábamos. Gracias a eso, nos quedamos sin vuelo y pasamos la noche en un cómodo hotel (cortesía de la aerolínea) donde disfrutamos una cena y disfruté un desayuno, que habrían sido espléndidos si B no tuviera las necesidades de bebé que corresponden a sus ya mencionados once meses casi doce. A la mañana siguiente, la emoción llegó al extremo en el aeropuerto: siempre había estado ahí, siendo dirigida por empleados para llegar de la puerta de un avión a la del otro; ahora me encontraba a mi cargo, y a cargo de mi criatura. Fui como una pueblerina de 1920 en el actual aeropuerto de Dubai. Concluí que necesito asistencia.

Silvia Parque