Con B nacida, he
tenido diez días de la madre.
En el primero,
ella no tenía ni un mes acá afuera, así que estaba yo en el mundo aparte que configuraron
las hormonas y los neurotransmisores…
En el segundo,
recibí un mensaje muy importante: Seguiría siendo consentida, como siempre
que me pongo en manos de Dios.
Ese segundo día
de la madre, estuve cerca de estar sola, muy cerca de un caos que acechaba. Entendía
que mi niña era una bebé y que su papá y yo no estábamos bien, así que no
esperaba nada material... Entonces, un niño y una niña me dieron no un regalo
genérico, que también me habría hecho feliz y habría agradecido, sino precisamente
lo que había estado deseando, acompañado de una cartulina con un mensaje que me
llenó de amor la pared. Ahora, esa niña y ese niño son un par de jóvenes;
siempre bendigo sus caminos.
Me gusta acordarme
de ese año…
Esta vez, a pesar
de que el papá de B cayó en la cuenta hasta la noche del día 9, de que por la
mañana sería 10, se las ingenió para obsequiarme dos libros con los que no había pierde: iban a gustarme. Temprano,
intentó convencer a B de darme el regalo, pero ella se resistía; dejé que lo desenvolviera y, como supuse, me lo dio cuando vio que no era de su interés. Luego, el señor papá
intentó que ella me felicitara, mientras yo le decía que la dejara en paz; por
ella, pero también porque lo que yo quería era, justamente, paz. Regresé a la
cama y, aunque la niña se quejaba y medio lloriqueaba, su papá se hacía cargo,
de modo que pensé que así sería el día y me pareció bien. Yo descansaría hasta
la tarde, cuando me pondría a trabajar para desahogar pendientes.
Entonces, empezó
el caos. De paz: nada.
Para contextualizar: El papá es el principal cuidador de la criatura y se quebró el pie hace semanas, lo que movió toda la dinámica familiar. Poco a poco, el malestar de B frente al cambio creció hasta desbordar el fin de semana anterior al pasado y, otra vez, el pasado, es decir, el del día de la madre. Hubo muchos gritos y llanto y, con ellos, la culpa por estar deseando no escuchar, no presenciar, la culpa peor de no ser capaz de acompañar y contener adecuadamente y la súper culpa de cuando me rindo por un rato. Entre más necesidad y demanda de atención, más abrumada yo. Hubo que resolver una complicación con la electricidad de la casa, pero eso fue lo de menos… Así las cosas, el hombre se lastimó el pie quebrado y pasó de movilidad limitada a no poder ponerse de pie, dejándome la tarea de navegar sola el resto de la tarde. Ahora que estoy tranquila, agradezco que no hubo espejos rotos, ni derrame de líquidos peligrosos, ni guerra, como llegó a haber en otro tiempo; la verdad es que hemos ido mejorando la manera de vivir estas situaciones; pero ese día fue extenuante y lo viví como nefasto, supongo que por mi expectativa de tener un día de descanso.
Finalmente, el lunes por la mañana leí un mensaje que me llegó la noche del domingo: que había un regalito para mí. El martes lo tuve en mis manos y fue como aquella vez, aquel año, un mensaje poderoso: Mis necesidades son tenidas en cuenta. Mi obsequio fue pensado, considerándolas, considerando especificidades. Y ese tener en cuenta mis necesidades fue alegre como luz. Me recordó que, aunque no toque la paz que yo preferiría, Dios sigue teniéndome consentida.
Silvia Parque
Madre mía, diez años. Podría decirse que yo te visto dar los primeros pasos a esa niña a través de este blog. Cómo pasa el tiempo.
ResponderEliminarRapidísimo. Es impresionante.
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