Por la tarde, me senté junto a ella: estaba concentrada en las luces del conejo que dice ser su mejor amigo, pero a la vez tenía evidente interés en un juguete muy loco, que también tiene luces pero hace mucho más escándalo. Encendí el juguete loco y B lo hizo moverse para que sonara y se iluminara, sin soltar el conejo. Pasaba de un juguete a otro, empleando toda su capacidad cognitiva y motriz para mantener a los dos juguetes dando show al mismo tiempo. Le ayudé un poquito ¡y qué gusto! Entonces volteó a ver su caracol. Lo encendí y lo tomó. Ahora tenía las luces y sonidos de los tres juguetes al mismo tiempo. Pensé que era la felicidad total.
Más tarde, mientras yo lavaba ropa -adentro de la casa-, se subió a una caja de plástico que es parte de las últimas novedades y se quedó ahí, sentadita, sonriendo como solo ella, dando grititos de gusto, volteando a un lado y al otro; así nada más: sentada... por un largo rato. Esa sí que era la felicidad total. ´
Al rato estaba jugando con un hilito negro y volvió la concentración gozosa. Luego le di vueltas, en brazos, y volvió la alegría vistosa.
Nuestros días están llenos de escenas del tipo.
Me di cuenta de lo feliz que soy.
Silvia Parque
Dichosa la hija, dichosa la madre.
ResponderEliminarY dichosos quienes lo leen.
Besos a las dos.
:) :) :) ;)
Eliminar¡Besos!
Cuánto me alegro. un beso.
ResponderEliminarGracias, Susana.
EliminarUn beso :)