Debíamos esperar a que llegara la estilista a abrirnos. Cuando llegó, B se coló entre la mujer y la puerta para entrar primero. Yo le dije "espera", pero en la segunda sílaba, ella ya había entrado. Exploró el espacio, recorriéndolo no solo con la mirada; se dispuso a entrar en otra habitación, pero la detuve y le dije que esa no era un área para clientes. Habló y habló y habló, a mí y a la estilista, incluyendo preguntas repetidas. Se movió, intentó quedarse quieta, se movió, logró quedarse quieta y se movió, mientras la mujer hacía lo suyo. En algún momento, sus pies estaban en el cuerpo de la estilista; los retiré y le advertí que cuidara dónde los ponía. En otro momento gritó, emocionada por algo; le dije que ahí no se gritaba y su siguiente frase la dijo muy bajito. De pronto, metió la mano a donde se movían las tijeras. Solté un "no" enfático y luego de que expliqué por qué no debía hacer eso, la estilista me hizo segunda, contándole que ella misma se había cortado y mostrándole el papelito con el que se limpió la sangre. Creo que fue luego de eso que le ofreció un dulce, al que siguieron otros cuatro. Al final, B tomó la brocha para sacudir cabellos de la mano de la mujer; le dije que eso no se hacía, pero la verdad es que no se la quité porque de algún modo ambas adultas estábamos satisfechas con que la misión terminara por fin.
La mujer no dejó de ser amable ni cuando B la tocó en el estómago y preguntó "¿esta es tu panza?" y realmente trató de entender algo que B debió repetir unas tres veces para que yo tradujera. Le agradecí por su paciencia y le agradezco aquí de nuevo.
Los niños deben aprender que a veces toca pasar después de otras personas, que no pueden atravesarse como si no hubiera alguien más en el camino, que hay límites en los lugares, que el cuerpo de las otras personas es un límite de lo más importante, que se debe modular el volumen, que hay que estar quietos en muchas situaciones, que hay un montón de reglas para relacionarnos con los demás y con los objetos de los demás. Pero si se respetan sus procesos, no lo van a aprender "a la primera"; les lleva tiempo. Las buenas personas pueden lidiar media hora con eso. Habrá quien disfrute oír a una pequeña conversadora de tres años y quienes no; pero las buenas personas pueden valorar y respetar que la criatura está conociendo la vida y el mundo.
No se trata de gustar de los niños; se trata de entender que ocupan un lugar en el mundo y que tienen derecho a los espacios públicos, así como son: inquietos, ruidosos, sin filtro.
Ayer fuimos a una librería por segunda vez. La primera vez, hará más de un año, fuimos por un asunto mío y la tuve en brazos casi todo el tiempo. Ahora íbamos con ella como protagonista, para que eligiera un libro. Fue una experiencia muy agradable; pero la forma en que se desarrolló no la habría imaginado antes de embarazarme... Bajé al piso todos los libros que le llamaron la atención y ahí los fuimos viendo. Imposible que ella los viera o tocara en el mueble alto donde estaban. (No los maltratamos y por supuesto, puse en su lugar los que no llevamos).
Aprecio mucho que el personal y las demás personas, la dejaran disfrutar y no me hicieran sentir incómoda. Porque no solo es que yo bajara los libros al piso. Ella entró corriendo, atraída por la extensión del pasillo -¡una pista!-. Pronto descubrió que lo mejor de una librería es que tenga una rampa junto a una escalera; hay que conocerla bien primero, pero luego se puede subir y bajar, subir y bajar, rápido o lento. Más tarde, encontraría lo segundo mejor, que es un tapete de plástico en la puerta -afuera- donde se puede bailar y dar vueltas; un tapete que, como todos los del tipo, ha de ser palpado... Pero decía que entró corriendo... Claro que le dije que ahí no se corre y la cargué para evitar contratiempos. Pero se escabulló varias veces para subir y bajar la maravillosa rampa. Y aunque no volvió a gritar cuando le dije que ahí no se grita, nuestro volumen enteró a todo el mundo del proceso de selección del libro elegido. Es el modo en que puede portarse una niña inquieta de tres años. Además: es el modo en que puede aprender cómo portarse. Poco a poco.
Silvia Parque
pero es un castigo todo eso! jaja... no se, hay que ponerle los limites, sino el aprendizaje no entra... yo soy peluquero y tengo mucha paciencia... también vi a mamás que no saben poner límites y es horrible, dejan que hagan hasta un límite insospechado... en fin, no existe el manual igual para obrar como se debe como padres... tuve suerte que las dos mías fueron un sol (hasta ahora)... saludos!!!
ResponderEliminarClaro: hay que poner límites; pero aunque le digas a un niño que no grite y te haga caso porque te reconoce como autoridad, es normal que si se emociona suba el volumen de su voz, como cuento que pasó en la librería. Aunque le impidas, como en mi caso, dar un paso hacia un lugar al que no debe entrar, es normal y deseable que explore el lugar en el que sí puede estar. Aunque le hagas estar quieto porque es indispensable (yo literalmente le detuve la cabeza): se va a mover porque necesita moverse (la estilista, bien lista, le daba descansos como de medio minuto y le preguntaba: ¿estás lista otra vez?).
EliminarSé que hay papás y mamás que se duermen en sus laureles; pero también hay que decir al resto del mundo: entiendan que los niños se porten como niños y toleren su existencia.
No se trata de aguantar groserías -nadie tiene por qué-, sino de ver las cosas con buena voluntad. Por ejemplo, cuando digo que los pies de mi niña estaban en la estilista, no me refiero a que la pateara ni nada por el estilo: por el tamaño de la niña, la posición que tenía en el asiento y la posición de la mujer frente a ella, los pies quedaron ahí y la niña no hace por quitarlos, no le importa porque apenas está aprendiendo qué importa y qué no. Así que hago lo que me toca: le digo que los quite y que tenga cuidado, los quito yo misma; le enseño que importa Pero no le costó nada a la mujer aguantar los segundos que los pies estuvieron donde no debían; a mí me evita un momento incómodo y a la niña le deja disfrutar el rato, aprendiendo con calma, a su ritmo.
La verdad es que aparte de que los niños lo merecen, cuando son bien tratados siempre dan mucho a cambio, con su frescura y sonrisas. Realmente no creo que la estilista viviera el rato como un castigo; parecía contenta.
¡Saludos!
Hay que dejar que ellos entiendan los límites, siempre necesarios, diría que imprescindibles
ResponderEliminarUn abrazo
Sí. Y hay que hacer que las personas entiendan y soporten que los niños se mueven, hacen ruido y apenas están aprendiendo qué sí y qué no.
Eliminar¡Abrazo!
Creo que en el grado de tolerancia de las personas hacia el comportamiento de los niños influye mucho la actitud que se ve adoptan sus padres con ellos. Cuando ves que pasan absolutamente de ellos, pensando que es obligación de los demás soportar cualquier cosa con tal de que los dejen a ellos un rato tranquilos, yo soy intolerante. No con los niños, evidentemente, sino con los padres. Nasa que ver contigo porque por lo que te voy conociendo y comentas, eres todo lo contrario: te preocupas hasta cuando la criatura no está molestando.
ResponderEliminarTienes razón; sin embargo, también creo que a veces el observador -o damnificado- no tiene el "cuadro completo" y por prejuzgar o juzgar rápido asume que la mamá o el papá no "se hace cargo"... Pero tienes razón.
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