El caso es que en esta cultura, lo que hacen nuestros hijos a veces nos enorgullece, a veces nos avergüenza, según el caso. Yo todavía no me avergüenzo porque B tiene dos años y nada que pueda haber hecho hasta este momento, nos avergonzaría a su padre o a mí.
Un día, sin embargo, los hijos crecen. Entonces ya no se trata de que hayan rayado la pared o hayan roto las hojas de la planta de la abuela. Los adultos sí que pueden avergonzar a sus papás.
Pienso en los papás de ese hombre que abusa sexualmente de niños, en los papás de esa mujer cuya negligencia pone a sus hijos en peligro de muerte, en los papás de tantas personas que desfilan por las notas informativas.
Tal vez lo peor es que en realidad, muchas veces no los avergüenzan; ni los avergüenzan ni nada.
Me contaban el sábado, de una mujer muy indignada porque su hijo había pasado una noche en la cárcel, por golpear a la que fue su pareja; muy indignada con la mujer que llamó a la policía y puso una demanda: por su culpa -culpa de ella- habían encerrado a la criatura treintona.
Silvia Parque
Es alucinante cómo puede llegar a deformar la realidad una madre para liberar a un hijo de la responsabilidad de sus fechorías. A veces resulta hasta conmovedor.
ResponderEliminarBesos.
Sí, Macondo.
Eliminar¡Besos!