Ni de un lado, ni del otro. No estaba.
Se me subió algo caliente desde el vientre hasta la cabeza: me estrechó la visión. La luz y las formas, con el techo y los pasillos, cambiaron a modo macabro. Pensé al mismo tiempo en la calle lateral a la avenida y en los extraños de la gasolinera. Se me congestionó la frente y fue eterno llegar a la entrada del supermercado.
Él veía los juegos mecánicos para montar y preguntó si podía subirse. Tendría unos dos años porque todavía no iba al jardín de niños.
- ¿Por qué me agarras tan fuerte?
- Porque te sueltas. Y así te voy a agarrar.
Silvia Parque
Ja ja, siento reírme pero es que desde tu inexperiencia real como madre, me hace gracia imaginarte en esa situación, segundos de pánico absoluto en los que no sé ni como da tiempo a pensar tantas cosas y ninguna buena.
ResponderEliminarPor suerte no me ha ocurrido nunca, la seta de pequeña era una santa, lo saca todo ahora de golpe, y yo una obsesiva que seguramente la hiperprotegió.
Besos guapa
Efectivamente, ninguna cosa buena se piensa en ese momento... y no solo tenía esta inexperiencia real como madre, sino unos nueve o diez años menos que ahora... recuerdo como quería llegar a las puertas del supermercado: lo más importante era que no estuviera afuera, traerlo adentro si estaba afuera. Yo le hice una de esas a mi mamá cuando estaba chica, pero fue completamente sin querer... como mi niño. Mi mamá lloraba como Magdalena y estaba fúrica porque al menos en ese entonces -no sé ahora- ella odiaba llorar :D todo se paga en esta vida.
Eliminar¡Besos, mamá de la seta!