lunes, 12 de septiembre de 2011

En campaña...

El derecho a la felicidad se convirtió en una obligación, como sospecho que ha de haber pasado con el voto electoral. Hay tiempos históricos más, y menos felices. Entiendo que antes de lo que conocemos como época victoriana, los europeos eran más bien risueños y disolutos; también es sabido que tras la Segunda Guerra, nomás tomó tantito aire el mundo, hubo necesidad de fiesta. Así, a un pueblo mexicano sacrificado y sufriente, que valoraba cargar con la cruz que le tocara, le llegó la buena nueva de que Dios nos quiere contentos (con el Concilio de J.P. II), y la eficiencia de los mecanismos del progreso, que requiere, al menos como lo conocimos, un individualismo en el que cada cual ha de ser y estar, bien y mejor.

Cuando alguien estudia una licenciatura o posgrado cuyo nombre acabe con "social", pronto reconoce que la carrera del éxito aliena y que los estatutos sociales que parametran nuestra presencia en el mundo, son artificiales y muchas veces, por decirlo rápido... "insanos". Pero entonces, empieza una obligación por estar "no-alienado", por ser "auténtico"... alivianado, evolucionado, maduro, y demás formas intelectualmente rebuscadas de cumplir con la obligación de la felicidad. Evidentemente, aquí "felicidad" no se refiere a una condición del ánimo, sino a una especie de Estado -se me ocurre que con mayúscula-. Los médicos son los  más expuestos a enfermedades; los que trabajan pensando sobre lo humano...

Silvia Parque

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