Por: Carl Offterdinger |
Ayer en la madrugada había un criadero en una taza que se quedó con restos de algo: unas siete de diferentes tamaños, todas en la primera infancia.
Debe ser el cambio climático.
Decían que una bolsa transparente con agua las ahuyentaba porque las hacía ver sus muchos ojos y se asustaban con la imagen. Están los insecticidas amigables, que la dejan a una y casi siempre también a ellas, continuar dentro de la habitación. También hay soluciones creativas, como el plato con refresco envenenado que vi en un día de campo. O la tecnología, como la raqueta eléctrica que hace coro al último zumbido de su víctima.
Yo uso el matamoscas convencional, lleno de gérmenes.
Pienso en el sastrecillo valiente.
Silvia Parque
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