miércoles, 25 de febrero de 2015

Un maestro muerto, las opiniones de hace quince años y lo que compartimos

Como sabe el mundo, en México mucha gente desaparece y muere sin que el Estado haga lo que le corresponde y a veces, por obra del Estado. Todavía hay consternación internacional por la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa y unas cuantas voces nacionales que no se cansan de decir "nos faltan"; pero el gobierno mexicano sigue con sus planes de negocios y hace campañas publicitarias para acallar el enojo, sin rendir cuentas -en serio- por lo que pasó. Al rato habrá elecciones y probablemente, todo lo malo que pasa será arsenal para que los políticos hablen mal unos de otros; entre la habladuría, se disolverán los argumentos relevantes y los llamados de las víctimas.

Como muchas personas, yo me mantengo en mi lugar seguro, me ocupo del sustento para mi casa; me centro en las necesidades de mi familia y apenas dedico una oración, no todos los días, a la gente que ha sido y es sistemáticamente aplastada. No me detengo en las noticias sangrientas, ni en la incompetencia que también sangra a la gente, primero porque no me conviene y después porque no resolvería nada con eso; no alimento mi indignación -que no deja de existir y crece-, ni busco conocer cada detalle -no los necesito para saber qué ocurre-.

Las cosas están peor que hace diez años, pero cuando leo una revista de hace diez años, veo que no me pierdo de nada con no estar "completamente al tanto". Del mismo modo, no veo noticieros ni leo los periódicos; pero cuando me acerco a la relación de una noticia, me doy cuenta de que no me perdí de nada porque basta con tener en mente que sigue pasando lo que estaba pasando hace una semana, hace un mes, diez meses. Algunas cosas me apenan más que otras, en parte por mis filiaciones, en parte por lo que tenga de cultura sensiblera. Eso me incomoda porque me choca la idea de ser llevada y traída por la explotación mediática de lo visceral. Hoy por la mañana hubo una noticia de ese tipo, que me lleva a escribir esta entrada.

Desalojan a un grupo de maestros que bloqueaba un boulevar, exigiendo el pago por su trabajo; un maestro jubilado muere a causa de los golpes recibidos. Salta a la vista lo terrible y sin embargo, no es sencillo. La noticia hace que me haga eco una columna de opinión escrita en una revista Nexos de hace casi quince años. Tengo revistas viejas con las que me entretengo y ayer leía "Contra la capitulación del Estado", de Carlos Castillo Peraza: una exposición sobre lo mal que está no hacer cumplir la ley, cuando por ejemplo, un grupo de estudiantes rompe vidrios por protestar. Sí que afecta a los demás que unos inconformes se planten en algún lado y no dejen que siga el curso normal de lo cotidiano; los inconformes-protestantes-bloqueadores son minoría, recuerda una y otra vez el texto, y las minorías no tendrían por qué dictar lo que ha de hacerse, menos por la fuerza.

Para mí es claro que hay cosas que no se consiguen por la vía de la petición con dos copias a una oficina. No sirve de mucho pedir al poderoso que "por favor" deje de abusar de su poder. Pero entiendo que no es sencillo tomar resoluciones frente a los problemas. También entiendo la dificultad de asumir responsabilidades frente a las resoluciones tomadas, aunque no hay pretexto para no hacerlo. Pensaba en el maestro muerto, en el guardián del orden que golpea, en las autoridades que se deslindan de lo que no les convenga, en el periodista que sentencia desde su computadora; pensaba que existimos, todos ellos y yo, sobre la misma tierra que oculta tal cantidad de huesos desconocidos, que no podemos dedicarle demasiada atención a cada uno de ellos y sin embargo, cada cuerpo tuvo una vez un rostro, como el de este señor. Pensaba que compartimos -el maestro, antes de morir- las mismas ganas de cenar bien, de estar con los nuestros en paz.

Silvia Parque

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