martes, 5 de noviembre de 2013

Para el miedo

Cuando era niña, me daban miedo los perros de la calle. Salía poco sola -y cuando lo hacía, era muy cerca de la casa-. Esas pocas veces en las que salía sola, a veces había perros. Alguien, creo que mi mamá, me dijo que me tocara el ombligo, y los perros no iban a acercarse; no me vio muy convencida, así que agregó que rezara el Padre nuestro. La sugerencia me trajo a la mente una imagen muy popular por esos años, de unos niños atravesando un puente, con un ángel detrás; yo tenía un cuadrito con la imagen en mi habitación, y había otro más grande en la casa; no eran idénticos. Aunque tuve algo de miedo cuando vi el siguiente perro, había concluido que la oración no podía fallar, porque seguro que una mordida era parte de los males incluidos en "líbranos de todo mal". No volví a tener gran miedo por eso. Todavía soy precavida con los perros: a veces prefiero pasarme a la acera de enfrente, o tomar otra calle por evitar alguno que se ve inquieto, pero no diría que "me dan miedo los perros de la calle".

Silvia Parque

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