sábado, 23 de julio de 2016

Tenía seis años

En primer grado, yo le gustaba a dos niños. A mí me gustaba gustarles y alternativamente me gustaba uno u otro. A pesar de que yo de verdad no hacía nada para el rumbo de cosas de novios, me llevé varias advertencias en tono regañón, de que "esas cosas, no". Un día, jugando en clase, corté el dedo de uno de ellos; le salió sangre, lo que es mucho decir cuando tienes seis años; él pidió permiso para ir a lavarse sin decir nada de mí. ¡Me cubrió! Fue de un lindo impresionante.

Eso pasó en la parte clara de mi vida. Pero algo más estaba pasando.

Siempre tardaban en ir a recogerme. Yo me quedaba dentro o cerca del salón. Cuando la escuela estaba ya muy sola, un niño que a mí no me parecía niño, me llevaba a "las piedras", lejos, y me ayudaba a "escalar". Ahí se abrió una puerta a la dimensión desconocida. Él me parecía fabuloso, en el sentido literal. Un día, desapareció como si nunca hubiera estado. Los años siguientes, me sentía entre aliviada y encantada de ver las marcas que él había hecho en las piedras para señalar las que podían ser pisadas con seguridad. Ahora entiendo que seguramente iba al salón a saludar a mi maestra (su ex maestra) y que seguramente estaba en sexto grado y se graduó. Pero mucho tiempo me pareció que tal vez yo lo había inventado todo; de hecho, si sigo pensándolo, me entra la duda.

Ahora entiendo, también, que ahí me deslicé al goce; que ahí se estrenó la locura con la que iba a entregarme después. Los niños me regalaron flores, me gustaron, me dejaron de gustar, lo que sea alrededor de "enamorarse" como ocurre en las novelitas; pero esto otro, de lo que no escribí en mi diario, de alguien cuyo nombre no puedo recordar: esto era seducción y me tomó.

Silvia Parque

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