lunes, 15 de septiembre de 2014

Piense antes de hablar, y de publicar

Cuando se aconseja pensar antes de hablar, comúnmente la sugerencia es pensar en lo que se va a decir, pero yo creo que se aconseja poco, y es muy importante, pensar en quiénes somos, antes de hablar. No algo super-profundamente existencial sobre la identidad, sino un simple, ¿cuál es mi posición ante la gente que va a escucharme? Porque una buena amiga puede decir, en un momento prudente: "oye, mejor no te pongas esa blusa", pero si lo dice el novio, cuando están a punto de salir y ella ha pasado dos horas arreglándose, va a haber problemas. No se trata solo de la ocasión para decirlo y del modo de decirlo, sino de quién es quién. Tampoco va a ser lo mismo lo que diga Justin Bieber a lo que diga Barack Obama. Puede ser pesado, pero no solamente nos toca hacernos cargo de las palabras que decimos, sino del valor y la carga que adquieren, por haber salido de nuestra boca.

Aprendí esto en mi experiencia personal, hace casi doce años. Como introducción: tengo un profundo afecto por las palabras. Las quiero a todas, me doy gusto con ellas y las aprovecho. A todas. También a las clasificadas como "groserías", o más tiernamente, como "palabrotas". Cursando el primer semestre en la universidad, una de las alumnas de mi grupo se quejó en la Dirección porque nuestras boquitas proferían toda clase de palabras de todos tamaños, y al parecer, las ofensivas para su oído, se decían con demasiada frecuencia. Algunas de mis compañeras pensaron que yo había levantado la queja; hasta que me oyeron hablar. Definitivamente, yo no podía haber sido. Conocía muchas palabras y las usaba todas. Me casé unos cuatro años después, y ante la molestia reiteradamente expresada por parte de mi compañero de vida, reduje al mínimo las palabrotas que acompañaban las frustraciones cotidianas (tipo: se cayó algo o no encuentro las llaves). Quería contribuir a la construcción de un ambiente armónico en mi casa. Pero otra cosa pasó por ese tiempo, que transformó mi boca desde el fondo de mi alma.

Primero, una nota aclaratoria: no uso y nunca usé la expresión "güey". ¡No me gusta! 

Volviendo al tema: sucede que algo tenía yo que aprender en la vida, sobre todo respecto al mundo laboral, y me convertí en maestra de kinder. Miss de preescolar -nominación que me parece de lo más ridícula-. No escribo "educadora", porque conozco el trabajo de quienes sí lo son, y no quiero ponerme a la par. Pero se entiende: la hice de eso, dos veces. Dos ciclos escolares cansadísimos, en dos diferentes ciudades, que me llevan a no desearle a nadie trabajar en un jardín de niños, si no es su vocación o no es un buen ambiente, y mucho menos si no es su vocación y no es un buen ambiente. El caso es que me hice maestra de kinder. Y a pesar de los cuarenta y dos contras que tuvo ese "puesto", los niños son maravillosos, y supongo que aunque no lo hubieran sido, yo tenía un compromiso con ellos. He dado clases en primaria, preparatoria y universidad, y cada vez he asumido un compromiso con cada niño o joven sobre quien voy a ejercer alguna influencia, así sea mínima; pero nada se compara a lo que pasa cuando se trata de la formación de un niñito o una niñita de tres, cuatro o cinco años. Así que un día, recién estrenada como "miss", en la fila del supermercado, encontré a uno de mis niños: y yo acababa de decir una palabrota, unos cuarenta segundos antes.

Hay posiciones incompatibles con el "hacer lo que te da la gana" en el espacio público. Es delicado porque todos tenemos necesidad y derecho a una vida privada. Siguiendo con la ilustración que uso de ejemplo: me parecería nefasto pedir a las educadoras que a partir de que entran en contacto con niños, restrinjan su lenguaje a lo que es adecuado para su salón de clase; claramente, su sala entre amigos no es el salón de clase. Esa privacía hay que defenderla a ultranza, porque luego hay quienes se erigen en fiscalizadores de la moral, y se meten hasta el baño. De hecho, nadie puede pedirle a una educadora nada, fuera de su horario y su lugar de trabajo; pero... cuando te tomas en serio lo que estás haciendo, reconoces la posición que estás ocupando (hasta integras elementos nuevos a tu identidad), y te comportas en correspondencia a esa posición.

Por supuesto, no hay una sola forma de entender cómo es el "comportamiento en correspondencia" a una posición; pero creo que las personas con puestos públicos o que rondan por el mundo de la política, harían bien en pregúntarselo a sí mismos, y los ciudadanos haríamos bien en contribuir a su reflexión, informándoles lo que pensamos al respecto. Lo pienso porque continuamente, las redes sociales exhiben dichos que no debieron decirse, por parte de personas en esta clase de posiciones públicas. Cada vez que pasa, aunque lo importante sea la expresión misma de racismo, clasismo, machismo o ignorancia brutal; lo que me llama más la atención es la tontería de haberlo dicho en público o un poco peor, de haberlo publicado ellos mismos. ¿No se dan cuenta de que todo el mundo se va a enterar? ¿No suponen que serán mal vistos? También entiendo que en México, del mismo modo que se arma un escandalito, todo se olvida al cabo de unos días -incluso cuando hay delitos de por medio-. Pero, ¿no la pasarían mejor sin el escandalito? ¿No hay una voz, ya no de la conciencia sino de la conveniencia, que les diga: "eh, tú eres Fulano De Tal, no se te ocurra decir lo que estás pensando"? Al menos: "¡no lo publiques!"

Silvia Parque

2 comentarios:

  1. Este tema de las palabrotas es curioso. Yo "aprendí " a no usarlas por mi hijo; no quería usarlas delante de él. Y ahora, él con 9 años las usa todas, a pesar de reprenderle cada vez que lo hace. Tanto que he empezado a usarlas yo otra vez. En fin...

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    1. Creo que el chiste es usarlas en su lugar, que quiere decir en la oración apropiada, en el momento indicado, con los interlocutores adecuados; cuando empezamos a cuidar cómo las usamos, creo que la mayoría de las "malhabladas" notamos que las estamos usando en exceso, y por tanto, las estamos usando mal. Creo que los niños deben aprender a usar todas las palabras... una cosa que puede funcionar es hacerles ver lo ridículos que se oirían diciendo a todo: "qué supermaravilloso", "qué hipersensacional"; es igual de inadecuado emplear "palabrotas" para lo que sea. Bueno... es que cuando a mí me hicieron notar que usaba mucho "muy bien" o "genial", empecé a moderarme... pero también es que siempre me ha interesado usar bien las palabras, y a veces no es el interés de un niño... En fin :)

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