miércoles, 20 de noviembre de 2013

Agotamiento

Encontré ESTE texto en el muro de Facebook, y me sentí profundamente identificada, excepto con la alusión a "ser guerrero", que no viene al caso en mi marco referencial.

No me había topado con una exposición tan clara sobre cómo se agotan las relaciones humanas, y punzantemente las relaciones amorosas, alrededor de tal figura: el agotamiento. "Agotamos a las personas", dice el autor. Y pienso que se agotan las relaciones -muchas, algunas- porque nos agotamos las personas; unas personas a otras, y tal vez cada cual a sí mismo al no ver o no ocuparse del propio agotamiento.

Usamos "agotar" para aludir a algo que termina, pero puede ser algo que se extingue o algo que puede recuperarse. Si se agotan los boletos para un concierto, no hay ni habrá más boletos; si se agota la gasolina del tanque del coche, se le puede poner más. Hay muchas variantes que pueden ser alegorías del agotamiento de las personas y de las relaciones... Si se agotan los boletos de un concierto, podemos buscar a un revendedor, pero el boleto saldrá más caro. Según me aleccionaron antes de mi primer coche, dejar que se vacíe el tanque de gasolina daña la bomba de gasolina. Sacar lo agotado de debajo de las piedras, puede llevar a lo que vimos en Parque Jurásico... o en Cementerio de mascotas. Pero es verdad, también, que hay cuerpos extenuados que se reponen con algo tan básico como sueño, agua y nutrientes.

Lo anterior, respecto a las posibilidades del agotamiento, o de lo que se ha agotado; lo terminante o temporal del mismo.

Lo valioso del texto está en lo ilustrativo que resulta sobre las maneras en las que nos agotamos. No podría agregar algo a eso, así que me limito a comentar mi experiencia: fue consolador, como alivio a una garganta irritada, ver las referencias a lo que me ha agotado; sentí legitimada mi debilidad, por la que estuve reclamándome un tanto ásperamente. Por supuesto, además, no habría podido escapar a la imagen nítida de cómo soy agotadora; lo sabía desde una perspectiva en la que puedo resultarme insoportable -a mí misma- de un modo culposo que no ayuda mucho a moverme de ahí. Así como lo expone el autor, resulta simple de un modo que comprendo más allá de entender. Me da calma como cuando hace años descubrí que las tres de la mañana no es un momento para seguir una discusión, aclaración o pelea. A las tres de la mañana hay que dormir, o al menos, dejar dormir al otro.

Silvia Parque

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