domingo, 30 de septiembre de 2012

Común y corriente

Después de mucho tiempo, sin permiso y sin merecer, tengo un domingo completamente lleno de domingo. Ni siquiera es un domingo "perfecto", es un domingo sin adjetivos.

Hay un episodio de "Oye, Arnold" sobre un sábado o un domingo perfecto: él se desgañita tratando de conseguirlo. Hice algo así de niña y de adolescente; tiene su gracia, como pasar el primer día de vacaciones todo completo viendo películas, con la chatarra preferida. Este domingo, en cambio, es de lo más común, y se siente como el agua fresca y sin sabor, que llega en el momento de la sed.

Desperté y me levanté cuando se me quitó el sueño. No intenté que mi marido se ajustara a mi horario, y coincidimos. Almorzamos fuera, cerca, sin prisa, con suficiente hambre para que fuera disfrutable pero sin ansia, unos tacos buenísimos, ni muy saludables ni llenos de grasa. Él ha estado restaurando una mesa, y pocas cosas me hacen tan feliz como ver completarse los "proyectos - casa". Yo me he metido en un libro que tenía semanas esperando por mí, y me atrapó como planta carnívora a una mosquita. Estaba leyéndolo en la cama, y cuando tuve flojera, tomé una siesta. Como si el mundo no se hartara de darme regalos, el restaurador fue a echarse junto a mí. Ahora, suena Fleetwood Mac, y me doy gusto doble porque no es común que disfrutemos la misma música. He anunciado que comeremos pizza de nuevo -eso comimos ayer- y nadie opuso resistencia.

¿Cómo puede una felicidad ser tanto, cuando es tan común y corriente?

Silvia Parque

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