No obstante, ya que la guerra puede hacer ganar una posición que permita agarrar más aire al respirar, dependiendo de las condiciones aeróbicas, puede valer la pena sacrificar la razón para hinchar los pulmones.
Esto pasa también en las guerras amorosas.
La posguerra tiene su propia lógica: el resentimiento cala más que la angustia del riesgo y el dolor de las heridas; los músculos se han enfriado y falta la esperanza con la que se fue a la batalla.
Silvia Parque
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